Pero la sangre nueva era floja, pastueña, sin genio ni brío y con casta de corral, que se te arrimaban como esperando que les dieras una zanahoria. Matar un bicho de aquellos, daba asco.
No se puede llevar al monte lo que se crió entre la reja y el mimo, porque los hierros, los encalijos, la yerba cortada y el cajón de pienso, meten sebo al lado del corazón y ese sebo da cuajo a la sangre y la enfría.
Eso les pasaba a aquellos venados, y a don Senén y a todos los que van con la botella de agua al monte y no saben apartar un cagajón para beber de un charco.
Ni los corzos ni las cabras eran así, sino que daba regalo verlos tan broncos, tan valientes, botando como pelotas montunas a nada que sentían. A la cabra engloria tomarle las vueltas de poder a poder: son bichos del monte, no bueyes.
De El mundo de Juan Lobón, de Luis Berenguer.
La vía está aún algo mojada y se han llenado de matas algunas fisuras, pero con tiento se disfruta. Todavía se resiste al libre, pero me parece que le queda el último asalto.